Comentario
Con las guerras de mediados de siglo es perceptible en Alemania un abandono de la galomanía en favor de las manifestaciones alemanas. Desde 1770 podemos afirmar que el Aufklürung comienza a ser sustituido por el Sturm und Drang. Pero hasta esas fechas la situación era muy diferente.A pesar de sus fracasos políticos, la Francia del siglo XVIII se convierte en el centro internacional de la moda y el gusto. En parte por los vínculos familiares de los Borbones (Madrid, Nápoles, Parma) y en parte por el fenómeno generalizado en toda Europa de amor a lo francés. Federico de Prusia adora la pintura de Watteau y es amigo de Voltaire. Catalina la Grande de Rusia se cartea con Diderot.Hemos de aceptar, pues, como premisa, que todo soberano y todo príncipe, eclesiástico o no, pretende tomar como modelo la corte de París. Ahora bien, la cuestión se presenta más complicada cuando pasamos a estudiar las realizaciones prácticas de aquellos deseos. Se copia el arte francés, pero no sólo el contemporáneo. Cuando en su lugar de origen la monumentalidad de Versalles ha pasado de moda, en el extranjero se intenta imitar en los grandes palacios, al tiempo que se multiplican los pequeños pabellones, éstos sí de moda entre la sociedad francesa. Los nombres con que se les bautiza no necesitan hablar de su procedencia: Bagatelle, Sanssouci, Favorite, Ermitage, Monrepos y tantos otros, recuerdos de las maisons de plaisance y folies de los alrededores de París.Otra fuente y no menos esencial de arquitectura palaciega es el barroco imperial austríaco, no olvidemos la dependencia de todos estos pequeños príncipes de la corte vienesa. Austria también había dirigido sus miradas al arte francés, pero transformándolo gracias a la profunda influencia de lo italiano.En consecuencia, aparece durante el siglo XVIII en Alemania un buen número de residencias principescas en las que se aplican fórmulas muy variadas, mezclando el arte francés de distintas épocas, el arte italiano, directa o indirectamente a través de Austria, y las tradiciones locales junto con el gusto personal del cliente.La renovación del Edicto de Nantes provocó la salida de artistas protestantes que se refugiaron en Alemania. Así vemos a un alumno de François Blondel, Jean de François Bodt, trabajando en el Arsenal de Berlín, a Philippe de La Chaise, iniciador del palacio de Potsdam, o a Paul du Ry, que en el primer decenio del XVIII construye en Kassel una Orangerie, que recuerda el Trianon de Versalles. Pero la expansión del arte francés se debe sobre todo a los grandes arquitectos como Robert de Cotte o Boffrand que envían desde París planos y a sus ayudantes, quienes marchaban encantados pues les permitía jugar en la pequeña corte alemana el papel que sus maestros tenían en Francia. Además, a lo largo del siglo fueron muy numerosos los príncipes, nobles y prelados que visitaron la capital francesa, alargando algunos incluso su estancia durante varios años.Ya desde fines del siglo XVII se realizan operaciones urbanísticas tendentes a alejar la Corte de la capital, repitiendo el prototipo de París y Versalles, por ejemplo, Berlín y Charlottenburg, Munich y Nymphenburg, Stuttgart y Ludwigsburg, Manheim y Schwetzingen. Pero otras veces se limitan a la reestructuración del viejo palacio o a la creación de otro nuevo dentro del núcleo urbano.El elector palatino decide en 1720 abandonar Heidelberg para instalarse en Manheim. Se reorganiza la ciudad en damero, dividida en 136 manzanas señaladas por letras y cifras y encarga un nuevo palacio, en el que trabajan La Fosse y Froimont, de estilo francés pero que en su interior Alessandro Galli Bibiena aporta la influencia italiana.El duque Eberhard Ludwig funda en 1709 Ludwigsburg, cerca de Stuttgart, y construye un enorme palacio a imitación de Versalles. A mediados de siglo encarga en esta misma ciudad al alumno de François Blondel, el italiano Leopoldo Retti, el Neue Schloss, pero al final acude al francés La Guêpière para que lo termine. También es éste autor de otras residencias para el duque como Monrepos y La Solitude.Gran interés tiene la fundación en 1715 de la ciudad de Karlsruhe por el margrave Karl Wilhelm de Baden Durlach. Tal vez él mismo diseñó la planta, aunque su realización fue obra del ingeniero militar Jakob Friedrich von Betzendorff. De la torre del palacio situada en el centro irradian 32 calles. La planta dibuja un círculo del que una cuarta parte se dedica a la ciudad, mientras que las tres cuartas partes restantes se dejan a la naturaleza. Un eje longitudinal enlaza la iglesia con el ingreso principal del palacio, mientras que el transversal viene señalado por dos grandes fuentes. Como afirma Norberg-Schulz, frente a la ciudad ideal renacentista como organismo homogéneo, distribuido uniformemente con respecto a un centro, Karlsruhe podría servir de ejemplo de la ciudad ideal barroca con un punto focal en donde se encuentran ciudad y campo, en un mundo abierto.